#ElPerúQueQueremos

Una entrevista en CultureStrike

Publicado: 2013-03-05

A continuación les presento la traducción al castellano de una entrevista que me hicieron originalmente en inglés, para la revista CultureStrike, en su última edición. Ojalá les interese.

...

A Rafael Dumett no le gusta que lo llames “latino”. Para el escritor y profesor universitario nacido en el Perú y residente en San Francisco, este término, utilizado con ligereza en los medios de comunicación para describir a un grupo étnico supuestamente monolítico, no solo es inadecuado sino perjudicial. Esta palabra pasa muy por encima de las complejidades de un grupo humano profundamente variado en constitución étnica, lenguaje y cultura.

Dumett, cuya familia tiene raíces indígenas y europeas, encarna la heterogeneidad de la experiencia “latina”. Tanto como educador como escritor, vuelca su energía en tratar en los aspectos más complejos de la identidad y la cultura latinoamericanas, como en su película Both (2005), que examina la experiencia del inmigrante a través de los ojos de su protagonista intersexual.

El libro más reciente de Dumett, El Espía del Inca (La Mula Publicaciones) es una historia alternativa de la colonización en forma de novela. La historia se centra en un espía incaico cuya misión es rescatar al Inca Atahualpa de su cautiverio en Cajamarca, una ciudad al norte del Perú actual, donde se encuentra prisionero a manos de los españoles.

Inspirada en la historia verdadera de la conquista de Sudamérica, El Espía del Inca suscita interrogantes intemporales sobre la inevitabilidad del legado de la colonización.

En esta versión editada de su diálogo con Culturestrike, Dumett habla con Nyki Salinas-Duda sobre historia de los Incas, identidad, y sobre por qué muy probablemente no le guste si lo llamas autor “latino”.

¿Qué te inspiró a escribir El Espía del Inca?

Hay un sinfín de motivaciones para escribir una novela, y el escritor no es necesariamente consciente de ellas. En mi caso acababa de terminar de escribir el guión de Both, y como entrábamos a etapa de post-producción, en que no tendría que escribir nada, me inventé un proyecto de escritura para entretenerme, pues yo no puedo vivir si no tengo un proyecto entre manos. Busqué algo que fuera relativamente corto sobre un tema que yo conociera bien. Y decidí escribir un libro a la manera de La construcción del personaje de Konstantin Stanislavski, que tiene la forma del diario de un actor durante los ensayos de una obra. El director, que es el verdadero protagonista del libro, propone una serie de ejercicios y actividades destinados a estimular el cuerpo y la imaginación física de los actores, proponiendo implícitamente un método de aproximación al personaje que ha dejado una impronta en la actuación del siglo XX.

Bueno, yo pensaba escribir algo así, pero con un director peruano imaginario, que sería una combinación de directores de teatro que yo admiraba y con quienes había trabajado y/o había visto trabajar, y que de manera indirecta hablaría del mundo del teatro peruano y de los actores peruanos, que conozco –o más bien, conocía- relativamente bien. El problema era encontrar la obra que estarían ensayando. No sé por qué se me metió en la cabeza que debía ser una obra histórica peruana, pero como no había ninguna que me parecía adecuada, decidí escribirla y ponerla como anexo a la novela. Recordé que un profesor del colegio había dicho alguna vez de que sería interesante que alguien escribiera sobre Felipillo, uno de los muchachos indígenas que sirvió de traductor a los españoles y los incas.

Y utilicé a este personaje como punto de partida para investigar. Y empecé a leer sobre él y quedé fascinado. Y, por intermedio de él, fui conociendo a otros personajes interesantísimos y el universo me ganó. Abandoné la idea de la novela y pensé en escribir una pentalogía, es decir un grupo de cinco obras de teatro que compartieran los mismos personajes, con cien actores en escena. Pero fue muy claro para mí que sería dificilísima montarla así que, por razones prácticas, decidí volver a la idea original de escribir una novela, que me tomaría casi once años concluir.

¿Qué esperas lograr con El Espía del Inca? ¿En qué medida desafía a la narrativa del descubrimiento y por qué sientes que es necesario presentar una alternativa a esa historia?

5 o 6 años después de haber comenzado a escribir la novela, me di cuenta de que lo que quería con ella era establecer un puente con mi padre. Mi padre es originario de Ayacucho, una región andina del Perú, y su lengua materna es el quechua (aprendió el castellano después). Esta región del Perú tiene una cultura y una historia muy fuertes. El primer “imperio” surgido en los Andes, el imperio wari, surgió ahí.

El imperio de los incas comenzó cuando los quechuas, que vivían en la zona del Cuzco, lograron derrotar al grupo étnico chanca, que vivía en la zona del actual Ayacucho. La independencia de todo Latinoamérica se selló cuando las tropas independentistas y las tropas españolas se enfrentaron en Ayacucho. Luego, cuando el Perú se enfrentó a Chile en el siglo XIX, el único foco de verdadera resistencia estuvo en Ayacucho. Y más recientemente, el movimiento de Sendero Luminoso, uno de los movimientos guerrilleros más letales del mundo, surgió también ahí.

Toda mi vida había tenido la sensación extraña de que no conocía realmente a mi padre. De que no tenía los elementos para comprender realmente su comportamiento. Es por eso que el protagonista de la novela, un espía que trabaja como “hombre que todo lo ve” para los incas, no es un aristócrata surgido de alguno de los linajes reales del Cuzco, sino el hijo de un campesino de una región sometida por el imperio que, por sus habilidades, es captado para convertirse en un espía al servicio del Inca.

Mi padre no es de Lima sino de un pueblo del departamento de Ayacucho, una región andina que en tiempos antiguos era ocupada por los chancas. Este era un grupo étnico muy combativo que, a mediados del siglo XV, perdió una guerra decisiva en contra de los Incas y pasaron a ser dominados por ellos. Quizá porque mi padre no es de la capital sino de los Andes –y específicamente de Ayacucho-, estoy acostumbrado a ver las cosas desde la perspectiva de la gente que no pertenece al centro sino a la periferia, la gente que no pertenece al bando de los conquistadores sino aquellos que tienen una historia de dominación, de sumisión.

¿Qué hay en la narrativa tradicional de la conquista que intentaste desafiar con El Espía del Inca? ¿Qué esperabas impartir en tus lectores con relación a la identidad indígena o latinoamericana?

Estoy un poco cansado de la típica historia victimista de buenos y malos que solemos contarnos sobre la conquista. Estoy harto de que focalicemos nuestra ira en los españoles que vinieron a conquistarnos y destruyeron nuestra cultura, y quitemos la mirada de los miembros de las diferentes élites gobernantes, tanto la de los incas como la de los grupos étnicos sometidos a ellos, que con sus guerras y divisiones sociales y alianzas de conveniencia con los españoles hicieron posible e incluso complotaron para que la conquista fuera posible. Yo no soy de aquellos que, como el geógrafo, ornitólogo e historiador Jared Diamond, piensan que la conquista española sobre los incas y los aztecas era inevitables merced a una superioridad tecnológica y bacteriológica. Creo que la conquista se pudo evitar, o por lo menos postergar.

Parte de tu trabajo –sobre todo Both- desafía ciertas ideas preconcebidas de los latinos sobre sí mismos. ¿Cuál es la importancia de desafiar la norma, ya sea a través del género o de la historia?

Cuando Lisset Barcellos, la directora de la película, y yo empezamos a diseñar la historia lo que se convertiría en Both, lo único que sabíamos era que queríamos retomar el concepto de un documental realizado por Les Blank que nos había gustado mucho. Trataba de personas de origen y carácter muy diverso pero que compartían el hecho de tener dos dientes incisivos muy separados, y cómo este hecho afectaba sus vidas de manera diferente. Nosotros queríamos asumir la perspectiva de una persona con una condición especial. Ahora bien, no sabíamos cuál sería esa condición.

Muy al inicio de la gestación del guión de la película, la directora descubrió que era intersexual y la película decidió por sí misma: esa era la condición que queríamos trabajar, que teníamos que trabajar. Queríamos también contar una historia de migrantes, pero sobre todo porque las del típico migrante que cruza la frontera de polizón nos aburrían muchísimo y queríamos hacer algo diferente. Todos los otros elementos los fuimos encontrando en el camino. El hecho de que la protagonista fuera una doble de acción de películas B. Que fuera bisexual. La presencia de escenas con sexo explícito, que vimos como absolutamente necesaria, aunque tampoco era algo que quisiéramos evitar, pues no compartimos el horror americano por la presencia del sexo en el cine. Que todo esto haya chocado a algunas personas no nos sorprendió, pero tampoco algo que hayamos buscado especialmente. Lo que queríamos era presentar a un personaje complejo respetando su complejidad, y tratar los temas que la película aborda con credibilidad, seriedad y sensibilidad.

¿De qué manera tu activismo o conciencia social informa tu trabajo creativo?

Hay algo exhibicionista en el término “activista” que me disgusta. Prefiero el término “solidaridad”. Y no, no creo que mis muy insuficientes actividades solidarias informen de manera sustancial lo que escribo. Por lo menos de manera consciente.

¿Cómo es tu experiencia de pertenecer a la diáspora latina en comparación con tu experiencia de vivir en el Perú? ¿Cuáles son las diferencias en relación con las normas culturales aceptables?

En el Perú, como en toda América Latina, no existe la pena de muerte. El cabecilla terrorista de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, ha sido sentenciado a permanecer en la cárcel de por vida, y para los peruanos esto es suficiente. Nadie siente, ni siquiera sus víctimas directas, que haya que ejecutarlo para que el duelo íntimo se cierre, como escucho decir con frecuencia en los Estados Unidos a los parientes de las víctimas de crímenes similares. En el Perú tenemos una muy insuficiente seguridad social, pero no nos es extraño el concepto de una salud accesible para todos.

En las últimas elecciones presidenciales peruanas, la persona que llegó en segundo lugar era una mujer, y las reticencias con la candidata, la hija de Alberto Fujimori, no provenían del sexo al que pertenecía. Esto no es infrecuente: la actual alcaldesa de Lima es una mujer, y su principal competidora era otra mujer. Eso no significa que el machismo no esté presente en la sociedad peruana. Significa que no tenemos problema alguno en confiar puestos políticos de importancia a las mujeres. ¿Por qué lo haríamos? Ellas son las que suelen manejar el presupuesto de la casa en nuestros hogares, ellas las que asumen la crianza de los hijos cuando los padres eluden su responsabilidad. Ahora bien, nos falta cultura democrática y las medidas políticas importantes han surgido a partir de la imposición, no del debate. El aborto sigue siendo ilegal. Y el hostigamiento a los gays es brutal.

¿Sientes que tu trabajo aborda los estereotipos que los latinos norteamericanos suelen enfrentar? ¿Tiene este algún impacto en tu comunidad?

-He aprendido a ser completamente indiferente a los estereotipos que la gente de mi entorno pueda tener sobre mí. He sido, sucesivamente, un “limeño de piel blanca educado en la Universidad” (cuando vivía en el Perú), una “persona de un país cálido” (cuando vivía en Alemania), un “extranjero no árabe y no negro, que habla el francés” (cuando vivía en Francia) y un “sudamericano” o, si había desprecio de por medio, un “sudaca” (cuando viajaba a España), antes de ser un “latino” (ahora que vivo en los Estados Unidos).

Ahora bien, yo no sé qué significa ser un “latino”, más allá de que uno habla castellano, proviene de América Latina o ha nacido en los Estados Unidos de padres oriundos de allá, y quizá le guste bailar salsa, aprecie la buena comida, la buena bebida y el buen sexo. Si hubiera estado pendiente de las expectativas ajenas sobre lo que debía escribir habría sido agotador. No sé si lo que hago desafía estereotipos de algún tipo y no me corresponde decir a mí en qué sentido mi escritura impacta a mi comunidad.

He escrito obras de teatro cuyo personaje principal era un hombre aficionado a la astrofísica, una adaptación del Fausto en el Perú, una película cuyo personaje principal es una doble de acción intersexual, un guión de una película erótica cuya protagonista es una performer con el agua –que lamentablemente nunca se realizó-, una novela de espionaje cuyos personajes son incas. Y en la actualidad estoy escribiendo una película de ciencia ficción que transcurre en el siglo XXII. Como puede verse, el hecho de catalogar lo que escribo de “latino” no solo no contribuye en ningún sentido a comprenderlo mejor, sino que puede ser incluso un obstáculo.

¿Cómo procesas el hecho de ser percibido como “blanco” o de piel clara, y al mismo tiempo tener ascendencia indígena a través de tu padre?

Siempre he sentido que, cualquiera que fuera la percepción externa, yo era una especie de mezcla. Pero ser una mezcla no es nada inusual en el Perú. Todos somos mestizos de una manera u otra. Desde que era un niño siempre supe de dónde venía. Mi abuelo paterno era sirio, y llegó al Perú con su primo escapando la pobreza del Medio Oriente de inicios del siglo XX. Él se casó con una mujer procedente de un pueblito pequeño de los Andes de Ayacucho. Mi abuelo materno era también de Ayacucho –lo cual es una coincidencia- y él se casó con una mujer procedente del norte del Perú, y se mudaron juntos a Lima. Siempre me gustó el hecho de que mi familia fuera “de todas partes”. Esto jamás me produjo conflicto de ningún tipo.

¿Cuál es el rol de la historia y la identidad en tu trabajo?

No me corresponde a mí responder a esta pregunta. Inclusive tengo problemas para entender a qué se refiere la gente cuando habla de identidad. Pero, por razones que me escapan, siempre me he sentido cómodo siendo extranjero. Navegando de una lengua y una cultura a otra. De unas costumbres, hábitos y códigos éticos a otros. Construyendo, deshaciendo y/o retomando identidades y roles o modificándolos. Asumiendo con distancia las diferentes percepciones y expectativas que pueden existir sobre mí y tratando, no sé si con éxito, de relativizar sus efectos. Imagino que eso se siente en lo que escribo: escribir es para mí un ejercicio constante de perspectiva.


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett