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Anatomía de un topo

Publicado: 2012-03-06

A cien años del nacimiento de Kim Philby, el espía más letal del siglo XX

(Para Agnieszka Mazur)

Dicen que todo gran escritor de novelas se nutre de una herida íntima que no cicatriza jamás, y de la que mana su ficción. Si es cierto, intuimos que esta se produjo en nuestro Premio Nóbel Mario Vargas Llosa cuando conoció, a la edad de diez años, a ese padre autoritario que imaginaba muerto, y cuya aparición cancelaría para siempre el paraíso que hasta entonces compartía exclusivamente con su madre. Aventuramos que el adolescente Gabriel García Márquez la recibió al regresar con su madre por primera vez a Aracataca y constatar que el pueblo original del que había oído tantas historias de labios familiares se había convertido en un pueblo fantasma y él era el único que podría reinventarlo. Salvarlo del olvido.

Yo creo que esta herida profunda se produjo en John Le Carré, el renombrado autor de novelas de espionaje, en el momento en que su carrera como espía del MI6 –el equivalente británico de la CIA- se echó a perder por culpa de un topo infiltrado en los más altos niveles del servicio secreto inglés. Un topo que había revelado su nombre –David Cornwell- a los soviéticos, así como su rol de agente en el extranjero.

Cuando esto ocurrió, en el año 1963, el agente Cornwell, de treinta y dos años, ya había escrito bajo el seudónimo de John Le Carré -los agentes del servicio secreto están prohibidos de escribir libros con su propio nombre- dos novelas: Llamada para los muertos (1961) y Un asesinato de calidad (1962), que habían sido recibidas discretamente por la crítica y el público lector.

A partir de la hecatombe que significó para su vida y de la muchos de sus colegas el descubrimiento de este topo, que le arrebató para siempre la protección que le proporcionaba el anonimato, su escritura sufrió un viraje radical. Las motivaciones del delito en sus novelas ya no serían de orden personal sino político. El telón de fondo omnipresente pasaría a ser la guerra silenciosa de posiciones entre las dos superpotencias y sus satélites, con la espada de Damocles de un conflicto nuclear pendiendo sobre el mundo. El género ya no sería la novela policial sino la novela de espionaje.

Conservaría, eso sí, su seudónimo: John Le Carré.

Con la distancia, cuesta creer el impacto que causó El Espía que surgió del frío (1963) en el momento de su aparición. No solo por la extraordinaria calidad de su escritura, inusitada en las novelas de espionaje de hasta entonces, sino porque traía al género una bienvenida dosis de aire fresco. Pues trazaba con matices nuevos y sutiles las ubicuas fronteras entre la lealtad y la traición en el mundo de los servicios secretos durante la Guerra Fría, y se instalaba con seguridad en los temores profundos que esta suscitaba. Se apartaba radicalmente del glamour, la estridencia, la bipolaridad moral, los finales necesariamente felices y la fijación en la tecnología que infestaban las populares novelas de Ian Fleming –el creador de James Bond. Y desplegaba una galería nueva y riquísima de personajes con historia y lealtades divididas, de horizontes culturales diversos, con manejo fluido de dos, tres o cuatro idiomas. De dos, tres, cuatro o más identidades.

Sin embargo, habrían de pasar algunos años antes de que Le Carré relatara –extrapolada, modificada, transformada, y con un final diferente del real- aquella experiencia que marcó con fuego su destino. Tinker, Sailor, Soldier, Spy (1974), traducida al castellano como El topo, se ha convertido hoy por hoy en una de las novelas más emblemáticas de Le Carré a lo largo de toda su carrera, y ha recibido varias adaptaciones a la pantalla, la última de ellas la excelente El topo (2011) de Thomas Alfredson, con Gary Oldman en el rol protagónico y donde el mismo Le Carré tiene una breve aparición.

El topo tiene como personaje principal a George Smiley, invariable protagonista de las novelas de Le Carré hasta la caída del Muro de Berlín. Un funcionario de inteligencia de mediana edad sin ningún atractivo físico, de temperamento discreto, anodino y gris en su vida cotidiana, tímido y vulnerable en sus afectos, pero dotado de una agudeza, una perspicacia y una perseverancia sin pares en las faenas de su oficio.

La novela trata de cómo Smiley logra desvelar y atrapar, después de grandes esfuerzos y sacrificios y superados numerosos obstáculos y pistas falsas, a un topo infiltrado en los altos mandos del MI6. Este topo ha estado proporcionando información sensible a los soviéticos durante muchos años, ocasionando efectos devastadores en las operaciones de inteligencia británicas.

http://www.youtube.com/watch?v=LPKhWXhiMSw

No daré detalles de cómo Smiley lo logra y de quién(es) paga(n) las consecuencias en la novela. Voy a referirme más bien al episodio de la vida real que dio origen a la ficción. Al topo que causó un trauma irreversible no solo en Le Carré sino en toda la sociedad inglesa.

Voy a hablar del espía más letal e influyente del siglo XX.

Todo comenzó el 1 de enero de 1912, hace exactamente un siglo, en Amballa, India, con el nacimiento de Harold Adrian Russell Philby. O, tal como se le conocería en todo el mundo, “Kim” Philby.

Debe haber sido un poco difícil tener un padre como el suyo. Harry Saint John Philby era un funcionario inglés destacado a la India que se había mimetizado con la sociedad de su país de residencia a tal punto que se convirtió en musulmán y arabista prominente, adoptó la vestimenta y costumbres locales y se casó en segundas nupcias -después del fracaso de su matrimonio con Dora, la madre de Kim- con una esclava saudí. Harry llegaría a vivir en La Meca, alternar regularmente con jefes tribales, mantener un harem (y discutir con Dora, su ex esposa, los detalles de su vida sexual con sus concubinas), comer cotidianamente carne de camello, tener monos como mascotas y hablar con fluidez francés, alemán, urdu, persa, pushtu y punjabi, además del árabe y el inglés.

Quizá resulte difícil de comprender para ojos no británicos, pero Harry era un típico producto inglés, que no veía contradicción alguna entre el estilo de vida que llevaba y el cumplimiento del objetivo que, según él, guiaba todas sus acciones: servir los intereses de la corona británica, con los cuales mantenía, sin embargo, una actitud ferozmente crítica. Con ese fin Harry viajaba por todo el mundo árabe en calidad de administrador civil en territorio colonial, lo cual lo mantenía alejado de Kim y de Dora, una inglesa hija de un ingeniero de ferrocarriles afincado en el Punjab y por cuyas venas corría, decían las malas lenguas, sangre india.

Harry llegaría a convertirse en consejero y amigo personal del rey Saud de Arabia, a quien le sugirió a fines de los años treinta que se aliara con Hitler, pues le parecía que tenía más probabilidades de ganar la inminente Segunda Guerra Mundial. Por esto, y para su perplejidad, pues creía no estar haciendo nada malo, iría con sus huesos a prisión durante algún tiempo, antes de volver a las andadas.

Fue Harry quien le puso a su hijo el sobrenombre de Kim -,el nombre del niño espía que protagoniza Kim, la popularísima novela de Rudyard Kipling, publicada en 1901-, nombre que reemplazaría a todos los otros. Y fue él quien, al advertir en su hijo enormes inteligencia y talento, lo envió a Londres a que recibiera una educación privilegiada en las más prestigiosas escuelas inglesas, y se lo llevaba con él a sus viajes por el Medio Oriente durante los veranos.

Muchas personas, entre ellas el mismo Le Carré, han señalado que Philby llevaba la traición en la sangre y que su futuro accionar tenía mucho que ver con el deseo de emular a su peculiar padre. Quizá, de una manera algo perversa, como veremos después, hay algo de verdad en eso. Pero es necesario reconstruir el contexto histórico que rodeó a los años mozos de Philby para comprender las decisiones que tomó por entonces, que comprometieron el resto de su vida y lo convirtieron en lo que fue.

Kim Philby ingresó a la Westminster School en 1925 y al Trinity College de Cambridge en 1929. Cambridge era por entonces un bastión de la clase alta, una universidad exclusivamente masculina, rica y de estirpe conservadora en la que se alojaba y educaba a los futuros líderes del país, pero permitiéndoles las licencias propias de la juventud: fiestas, intensa vida nocturna, clubes sociales y deportivos de todo tipo, pero también una militancia muy activa en la política.

Phillip Knightley, en su Philby: The Life and Views of a K.G.B Masterspy (Philby: Vida y opiniones de un espía maestro de la K.G.B.), el único de todos los libros escritos sobre Philby que incluye una larga serie de entrevistas con nuestro personaje, recrea la cargada atmósfera en que ingresaban a la adultez estos estudiantes, conscientes de los tiempos críticos en que vivían, finales de los años veinte e inicios de los treinta del siglo pasado. Que vieron en la depresión norteamericana de 1929 los síntomas inequívocos de la decadencia del capitalismo en Occidente y que contemplaron con asco la claudicación a los principios socialistas por parte del Partido Laborista en 1931 en Inglaterra.

Philby había empezado a formar parte, a la edad de diecisiete años, de la Sociedad Socialista de la universidad, pero se concentró en sus estudios de los clásicos rusos hasta que, decepcionado por el accionar del Partido Laborista, empezó a buscar una alternativa política más aceptable. Su transición al comunismo fue gradual pero silenciosa e imperecedera. Inquebrantable.

Si bien sus convicciones habían cambiado del socialismo hacia el comunismo, Philby siguió siendo un activo militante de la Sociedad Socialista, en la que llegó a convertirse en tesorero principal en 1932, a la edad de veinte años. Según su propia confesión -tanto en su autobiografía Mi guerra silenciosa como en las entrevistas con Phillip Knightley-, aún seguía albergando dudas. Sin embargo, el incontrolable ascenso del fascismo en Alemania, al que los gobiernos democráticos europeos no hacían frente y con el que incluso coqueteaban pues hallaban en él un aliado en contra de la amenaza bolchevique, terminó de convencerlo.

Philby es enigmático a la hora de revelar cómo fue captado por los soviéticos y convencido de trabajar para ellos. Los archivos de la KGB, abiertos al público gracias a la glásnost de Gorbáchev y cuya información ha sido examinada en The Philby Files: The Secret Life of the Master Spy Kim Philby (Los archivos Philby: La vida secreta del espía maestro Kim Philby) del ruso Genrikh Borovik, nos presentan la sorprendente versión del servicio secreto soviético. El reclutamiento de Philby fue llevado a cabo por el agente soviético Arnold Deutsch, y no formaba parte, como se pensaba, de un hábil plan de la KGB de reclutar a jóvenes brillantes de Cambridge que algún día tendrían puestos de poder en la alta sociedad británica. La cosa ocurrió de manera radicalmente diferente.

En una conversación informal en un apartamento londinense, Arnold Deutsch sondeó hábilmente a Philby y, diciéndole que pertenecía a una organización antifascista, le pidió información sobre Harry, su pintoresco padre, pues se sospechaba –erróneamente- que este era un agente del servicio secreto británico que conspiraba para derrocar al gobierno soviético. Philby aceptó. Como una prueba de fuego de lealtad, y sin saber que estaba trabajando para la KGB, espió a su propio padre y pasó la información de con quién este se reunía y de qué se discutía en esas reuniones. Y, last but not least, dio los nombres de otros reclutas potenciales para la organización, los topos de alto vuelo que pasarían a conformar el famoso “Anillo de espías de Cambridge”.

Cuál fue la reacción de Philby cuando se enteró del engaño de que había sido víctima, no lo sabemos. Pero no dio marcha atrás y se internó en las entrañas del monstruo con los ojos abiertos y hasta las últimas consecuencias. Lo cual se le ha reprochado mucho, considerando que sus sucesivos agentes de control fueron ejecutados por las sucesivas purgas del gobierno de Stalin.

En nuestra próxima entrada continuaremos con la segunda parte de la historia de este espía excepcional, responsable de que prácticamente ninguno de los intentos de contrarrestar la expansión de la órbita soviética tuviera éxito.


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett