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Divorciándose en Irán: Sobre “Nader y Simin, una separación” (2011) de Asghar Farhadi

Publicado: 2012-01-26

http://www.youtube.com/watch?v=MjTkXGRhy9w

(Para Parya Saberi)

Tengo la fortuna de tener entre mis mejores amigos a Parya, una doctora e investigadora iraní. Su chispeante inteligencia, su ilimitada curiosidad y su impredecible e implacable sentido del humor y de la provocación constituyen el mejor antídoto contra los estereotipos que los medios pretenden endilgarnos contra las personas de su nacionalidad.

No, ella no es una excepción. A través de ella, o por mi propia cuenta, he conocido a otr@s iraníes y nunca terminan de sorprenderme por su apertura mental y su tolerancia con personas de otros horizontes culturales y religiosos, que contrastan frontalmente con la inflexibilidad de los fanáticos que gobiernan su país. Y no, no se trata simplemente de representantes minoritarios de una diáspora ilustrada. En los videos de youtube de las manifestaciones callejeras por la reelección de Ahmadinejah podían percibirse, por debajo de la extraordinaria valentía ciudadana, la misma apertura, el mismo espíritu iconoclasta, el mismo sentido corrosivo del humor. La misma modernidad.

No es mi intención tratar de explicar aquí cómo es que gente como Parya terminó siendo gobernada por una casta teocrática como aquella (el lector interesado puede darse una idea aproximada googleando “1953 + Irán + CIA” o leyendo el interesantísimo libro Legado de Cenizas, de Tim Weiner, sobre la historia de la CIA, en especial el capítulo destinado a la ascensión al poder del Sha de Irán). Quiero hablar de cómo Nader y Simin, una separación, una película iraní sin ninguna pretensión política y destinada en primer lugar a una audiencia iraní, nos ayuda a imaginar la manera en que los iraníes de clase media y con una visión laica del mundo enfrentan sus problemas cotidianos en una sociedad regida por leyes y valores religiosos. Pero no solo eso. Haciendo un generoso ejercicio de perspectiva, nos permite ponernos en el lugar de aquellas personas que, con honestidad y decencia, tratan de respetar esos mismos valores. El de aquellos que, en los albores de su vida, los aprenden. Y el de aquellos que, en la madurez, tienen por responsabilidad hacerlos respetar.

No es que tenga algo en contra de películas recientes que, como la norteamericana El apedreamiento de Soraya (2008) de Cirus Nowrasteh o el documental Esta no es una película (2010), del director iraní Jafar Panahi, aluden o denuncian de manera directa la opresión del sistema político iraní y que han optado, para ello, por dirigirse sobre todo a un público allende fronteras. Creo simplemente que el largometraje del director Asghar Farhadi es mucho más rico y efectivo, del mismo modo en que un prisma cierne mejor los colores que un filtro que solo hace visibles el blanco y el negro.

Pues uno de los grandes méritos de esta película es que no hay nadie intrínsecamente bueno ni malo. Al explicar ante el juez de paz por qué quiere separarse de su marido, Simin –encarnada por la extraordinaria Leila Hatami- deja en claro que su esposo Nader –Payman Moadi- no la golpea y que es un hombre bueno y decente. El problema de la pareja no puede ser más común: Nader tiene un padre que sufre de Alzheimer y no quiere apartarse de su lado, y no puede acompañar a Simin, quien ha obtenido una visa para viajar al extranjero que expira en 40 días. Tampoco quiere dar su autorización a Simin para que se lleve a la hija de ambos, con miras a criarla en un entorno “más adecuado”. No porque sea un mal hombre. Es obvio que ama profundamente a su hija, y que la hija no quiere apartarse de él. El juez dictamina, comprensiblemente, que ni la separación ni la autorización proceden.

A pesar de los visibles rescoldos de amor entre los dos, Simin decide abandonar el hogar familiar y quedarse un tiempo indefinido en casa de sus padres (una solución provisional, como muchas en la película, a un problema estructural). Nader debe encontrar entonces a alguien que se encargue del cuidado de su padre mientras él se va a trabajar. Con ese fin, contrata a Razeh (la excelente Sareh Bayat), una joven mujer que, a diferencia de Simin, es muy religiosa. Y surgen nuevos problemas. Pues Razeh pronto descubre que el trabajo de cuidar de un hombre mayor afectado de Alzheimer es mucho mayor de lo que imaginaba, e implica transgresiones a las normas de contacto físico entre hombre y mujer que rigen la sociedad iraní (vemos una reveladora escena en que ella llama por teléfono a un consejero religioso para averiguar si es pecado limpiar a un hombre enfermo y mayor que se ha cagado en los pantalones). Y además, no ha solicitado para este trabajo la autorización de Hodjat (Shahan Hosseini), su desempleado marido.

Razeh trata de pasarle el trabajo a Hodjat. Para ello cuenta con la complicidad de Nader, que promete no revelar que Simin había intentado infructuosamente realizarlo. Pero Hodjat acaba de terminar con sus huesos en la cárcel como resultado de una de las frecuentes trifulcas que le ocasiona su temperamento explosivo, y Razeh no tiene más remedio que retomar el trabajo. Las consecuencias son catastróficas: en un solo día termina echada por la fuerza de la casa de Nader, acusada de haber descuidado al padre de este y de haber robado dinero familiar. Y Razeh termina perdiendo su bebé, pues –nos enteramos recién entonces- ella estaba encinta.

Es aquí, cuando el juicio para establecer responsabilidades comienza, donde la película rompe amarras. Con hábil uso de técnicas propias del cinéma vérité, los flashbacks y asumiendo diferentes perspectivas, nos vamos enterando de detalles de los hechos a los que no habíamos prestado atención, que no conocíamos, o que los implicados y testigos nos han ocultado hasta ahora. El más importante de los cuales es el embarazo de Razeh. Descubrir si Nader lo sabía o no reviste una importancia capital para el juicio que sobreviene a continuación. Si ese era el caso, Nader irá a prisión (y ya no podrá ocuparse de su padre, perderá la custodia de su hija y su matrimonio terminará definitivamente). Si no, permanecerá en libertad.

Hábilmente manipulados por el director, vamos cambiando de bando a medida que los nuevos datos van apareciendo, en un procedimiento narrativo que nos recuerda a Rashomon de Kurosawa. Vamos aprendiendo –de manera indirecta: esta no es una película pedagógica- detalles iluminadores sobre la sociedad iraní. Y vamos viendo como la evolución del juicio no solo va afectando –para bien y para mal- a la relación entre Nader y Simin, sino que va forjando de manera indeleble la mirada sobre el mundo de la hija adolescente de ambos (Sarina Farhadi, hija del director), que al final de la película debe tomar una decisión entre con cuál de los padres desea vivir y, de manera indirecta, entre irse de o quedarse en su país.

Los méritos de Asghar Farhadi son enormes. No solo por la indiscutible calidad de su película, sino porque las estrictas reglas que esta disecciona son las mismas que gobernaron la filmación. Al tomar la decisión de que su película fuera vista por los iraníes, debió solicitar una autorización especial que implicaba pasar por un comité de censura. Pero ha sabido sortear con gran destreza todo intento de ser manipulado con fines propagandísticos tanto por el régimen como por los profesionales de la indignación política, que, como Reyes Midas de la interpretación, suelen convertir en crítica social todo lo que tocan. Los espectadores resultamos favorecidos.

Nader y Simin, una separación ha obtenido el Oso de Oro a la mejor película en la Berlinale del año pasado, y Leila Hatami y Peyman Moadi, sus principales protagonistas, han ganado el premio a la mejor actriz y al mejor actor respectivamente en el mismo certamen. El filme acaba de obtener el premio a la mejor película en los Golden Globes, otorgados por la prensa extranjera de Hollywood, y ha sido nominada al Oscar de la Academia a la mejor película extranjera. Le auguramos todo el éxito que se merece.


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett