#ElPerúQueQueremos

Balance ¿y liquidación? de Atahualpa - II

Publicado: 2011-12-29

(Segunda parte)

El objetivo de esta entrada es cernir qué sabemos realmente sobre Atahualpa y hacer un balance de este personaje ambivalente pero fundamental de la historia de los países andinos, cuya captura y muerte ha tenido efectos traumáticos de los que aún no hemos logrado recuperarnos.

En la primera parte nos referimos al origen de Atahualpa. Indicamos que no estaba decidido si había sido cuzqueño o quiteño, pero que esto a fin de cuentas era irrelevante, pues a los incas esto no les importaba. Aludimos a las panacas a las que pudo haber pertenecido y a la posible identidad de su madre, especificando que esto tampoco era verdaderamente decisivo: fuera cual fuere el linaje de Atahualpa, el factor que marcó su destino fue su cercanía de la nueva élite de guerreros que se formó durante la prolongada campaña militar de Huayna Cápac en tierras del norte, hoy ecuatorianas, aproximadamente entre 1515 y 1526.

Señalamos que este hecho constituía una diferencia fundamental con Huáscar, quien había permanecido en el Cuzco durante ese mismo lapso y que, al recibir la mascapaicha sobre su frente, contaba con el apoyo de las panacas cuzqueñas y la casta sacerdotal, recelosas del nuevo poder que se había gestado en el norte. Mostramos –usando como fuentes a Sarmiento de Gamboa y Cabello de Valboa- que el Inca Huayna Cápac no había considerado a Atahualpa entre sus potenciales sucesores, pero que esto no significaba impedimento alguno para que este intentara hacerse con la borla sagrada. Que Atahualpa no era, por lo tanto, un usurpador. E indicamos que no tenía demasiada importancia esclarecer quién había comenzado la contienda, si Huáscar –el nuevo portador de la borla sagrada- o Atahualpa. Pero que Huáscar, como los sectores cuzqueños que lo apoyaban, tenía una clara hostilidad contra Atahualpa y las élites guerreras del norte, a las que veía como una amenaza.

Hay que reconocer que los temores de Huáscar estaban plenamente justificados: gracias a la experiencia adquirida durante la campaña militar del norte, los generales Challco Chima, Quizquiz y Rumi Ñahui y sus ejércitos, compuestos por muchos yanacona guerreros -es decir sirvientes a perpetuidad especializados en las faenas de la guerra y ya no simplemente orejones que cumplían su turno de servicio en las milicias del Inca- no tuvieron problemas en infligir a los guerreros cuzqueños, poco curtidos en las labores bélicas, una derrota tras otra, cada una más aplastante que la anterior, hasta el encuentro definitivo a puertas del Cuzco, que culminó con Huáscar y toda su parentela capturados.

Atahualpa no tuvo participación directa en la campaña. Pero hay incidencias relacionadas con él mientras esta se desarrollaba que deseamos mencionar, pues nos ayudarán a iluminar aspectos de Atahualpa, cuyo perfil estamos tratando de establecer aquí.

La primera de estas incidencias es la supuesta captura del Inca a manos de los cañaris al cabo de una de las confrontaciones con ellos. Después de haberlo atrapado, los guerreros de este grupo étnico habrían puesto a Atahualpa en un tambo, de donde el Inca habría logrado escapar gracias a una barreta de cobre entregada por una mujer principal. Con algunas variantes, sostienen esta versión Cieza, Cobo, Zárate y López de Gómara. Según Pedro Pizarro, uno de los pocos cronistas que lo vio con vida, Atahualpa dijo que su padre el Sol lo había transformado en amaru (serpiente sagrada) y él se había escapado por un hueco de la pared, y que fue durante su captura que se había arrancado la oreja –prácticamente todos los cronistas presentes en Cajamarca señalan este rasgo físico del Inca-, que cubría con una manta atada debajo del mentón para disimular la cicatriz.

Cabello de Valboa niega la captura y escapatoria de Atahualpa a manos de los cañaris: de haberlo atrapado, estos lo hubieran matado de inmediato. El bien informado Betanzos, por su parte, afirma que Atahualpa no se desgarró su oreja faltante en una faena guerrera. Dice más bien que la perdió cuando, muy joven, quiso acostarse a la fuerza con una chica y esta le jaló la oreja hasta arrancársela. Añade este cronista que, cuando Huayna Cápac lo vio y le preguntó qué le había pasado, Atahualpa respondió que le había salido un grano y su padre lo reprendió severamente por no haber mandado llamar a sus médicos.

Parece muy probable que Atahualpa haya manipulado aquella historia con miras a dotarse de un aura divina. Y que quizá haya hecho lo mismo con un sueño premonitorio, señalado en la crónica de Santa Cruz Pachacuti, en que un bloque de piedra proveniente del cielo caía sobre una laguna, uniendo el mundo de arriba y el mundo de abajo. Este sueño –real o no- lo emparentaba con Illapa, divinidad de la lluvia, el trueno y el relámpago, y lo hacía aparecer ante sus súbditos como “elegido por los huacas”.

Pero volvamos a lo que hacía Atahualpa mientras sus generales libraban la campaña contra los de Huáscar. Y lo que tenemos son historias cuyo común denominador es la extrema crueldad.

Dice Betanzos que, al cabo de una batalla victoriosa contra los cañaris, Atahualpa mandó separar a los señores de la gente del común y dispuso que a los señores les sacasen el corazón porque “quería saber qué color tenía el corazón de los malos”. Hecho esto, ordenó que los corazones fueron cortados en pedacitos y que la gente del común se los comiera. Luego, dispuso que los quillaycingas, que también estaban presentes, cocinaran los cuerpos de los principales y también se los comieran, lo que ellos, que según la crónica se alimentaban de carne humana, no tuvieron remilgos en hacer. La descripción de cómo los cocinaron –usando escobas de paja y agua con ají y sal, y acompañando la merienda de maíz tostado y cocido- quizá sea la más antigua mención de lo que luego vendría a convertirse en uno de nuestros platos nacionales predilectos: el anticucho.

Atahualpa actuó con saña similar contra “algunos indios” de Quito, a quienes mandó que enterraran vivos en un campo de árboles frutales, “para ver si los frutos de estos serían tan malos como los corazones de los que se habían rebelado contra él”. La crónica de Betanzos no indica si tuvo paciencia suficiente para esperar a que la tierra fructificara y confirmar sus elucubraciones, pero relata un acto suyo igual de inspirado en contra de los paltas. Al cabo de un enfrentamiento contra estos, ordenó que fuera asesinada no solo la “gente de guerra” sino todos, incluyendo las mujeres encintas, a quienes mandó que les abrieran vivas y les sacaran los niños de los vientres. Añade Cabello de Valboa que “sacaba las criaturas palpitando y medio vivas hacíalas matar otra vez; porque, decía él, que gentes tan malas merecían morir dos veces”.

Atahualpa refinó este método de represalia contra los familiares de Huáscar en el Cuzco. Según Sarmiento de Gamboa, el aspirante a la borla le encargó la masacre al general Inca Yupanqui, quien cumplió sus instrucciones en detalle, e hizo hincar muchos palos a uno y otro lado del camino a Jaquijahuana, mandó sacar de la prisión a todas las mujeres de Huáscar, “paridas y preñadas, y las mandó ahorcar de aquellos palos con sus hijos, y a las preñadas les hizo sacar los hijos de los vientres y colgárselos de los brazos. Y luego sacaron a los hijos de Guayna Cápac que allí se hallaron, y asimismo los colgaron de los mismos palos”.

Que algunas de estas historias aparezcan en la  Historia de los Incas de Sarmiento de Gamboa, interesado en demostrar que Atahualpa era un tirano y que por lo tanto estaba plenamente justificada la intervención de los españoles para deponerlo del trono, no sorprende en absoluto. Pero sí que también sean mencionadas en Suma y Narración de los Incas, de Juan de Betanzos, y Miscelánea Antártica, de Cabello de Valboa, que según opinión de los historiadores, recogen las versiones de panacas afines a Atahualpa. Quizá estos actos de represalia contra el enemigo vencido eran práctica común en el incario y, antes que suscitar el rechazo, eran bien vistos, pues indicaban la firmeza del monarca. O las panacas que suministraron las historias a Betanzos y Cabello tenían agendas particulares que hoy no podemos discernir.

Sin embargo, hay otro detalle que llama la atención en estos actos crueles. Y es que implican pesquisas de carácter cognoscitivo destinadas a cernir lo invisible a partir de lo visible. Atahualpa no solo ordena sacarle el corazón a los líderes cañaris que acaba de derrotar, quiere saber qué color tiene el corazón de los malos. No solo ordena que se entierren vivos a los paltas vencidos, dispone que esto se realice en una tierra de árboles frutales, de manera que, comiendo las frutas que estas produzcan, se pueda comprobar si un corazón malo tiene veneno en su interior. La crónica no lo señala, pero intuimos que el deseo de abrir los vientres de las mujeres encintas por su enemigo no solo obedece al impulso de acabar con la prole de Huáscar sino también al deseo de buscar en los hijos nonatos de un monarca “malo” rasgos exteriores de la “maldad” de su progenitor.

Hay otros indicios que confirman esta extraordinaria preocupación de Atahualpa por cernir las señales del mundo invisible, y de alguna manera controlarlas. Muchas crónicas han señalado, por ejemplo, su reacción cuando fue a Huamachuco a consultar el oráculo del huaca Catequil y este le dio malos augurios: Atahualpa desbarrancó al sacerdote que habló por el huaca, destruyó el templo y, según Betanzos, “allanó la tierra” en que estaba localizado.

Esta preocupación era completamente comprensible, pues Atahualpa buscaba por todos los medios imbuirse de una legitimidad religiosa de la que carecía, pues, tal como ha señalado el historiador Franklin Pease en Los Últimos Incas del Cuzco, los estamentos sacerdotales del culto solar, afincados en el Cuzco, eran aliados de Huáscar. La guerra entre los hermanos no tenía, pues, solo un carácter de panaca contra panaca, ni de élites afincadas en Tomebamba y Quito contra élites afincadas en el Cuzco. Tenía también un aspecto religioso.

En la próxima y última entrega sobre Atahualpa trataremos de comprender su comportamiento en los intercambios de mensajeros previos al encuentro de Cajamarca, la captura del Inca, así como su cautiverio y su muerte. Y haremos el balance prometido.


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett