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Balance ¿y liquidación? de Atahualpa - I

Publicado: 2011-12-15

Análisis del personaje más controvertido de nuestra historia

La figura del Inca Atahualpa ocupa un rol central en el inconsciente colectivo de los países andinos. No en balde su captura y muerte ha inspirado el llamado “ciclo de Atahualpa”, es decir el abanico de representaciones -carnavales, fiestas populares y obras dramáticas- que, con distinto tenor, conmemoran o recrean estos eventos en la costa, sierra y selva de Ecuador, Bolivia y Perú, y que han sido estudiados, entre muchos otros, por Luis Millones.

Como suele ocurrir con los protagonistas de una pesadilla histórica no resuelta, Atahualpa tiene un signo ambivalente. Desde los momentos iniciales de la conquista hasta hoy, Atahualpa ha sido, sucesiva o simultáneamente, héroe y villano, opresor y oprimido, victimario y víctima. Y ha sido idealizado y denostado por igual.

Nuestros tiempos contemporáneos no son ajenos a esta larga tradición de sentimientos encontrados. Hoy por hoy, Atahualpa es para nosotros el Inca por excelencia y por ello la encarnación de la grandeza y miseria del imperio incaico. Es también un síntoma cabal del estado de la autoestima de los pueblos andinos. No es gratuito que los peruanos utilicemos al personaje como el vehículo predilecto para proyectar cualquier resentimiento residual –racial y/o cultural- que pudiéramos tener contra los españoles y sus descendientes, del mismo modo que los ecuatorianos lo usan para canalizar cualquier rencor histórico que pudiera quedarles en contra de los peruanos (veremos luego por qué).

Pero la empatía nunca es total. Incluso sus defensores más acérrimos y abocados a la memoria selectiva no dejan de traslucir perplejidad por la facilidad con que fuera capturado y asesinado.

¿Qué sabemos realmente sobre este personaje atascado en la garganta de la historia? ¿Cuál podría ser nuestro balance sobre él?

Dividiremos nuestra reflexión en varias entradas. Esta es la primera.

El debate sobre el lugar de nacimiento de Atahualpa ha sido enconado. Para Francisco de Xerez, Pedro Sancho y Miguel de Estete, así como para Agustín de Zárate, Pedro Pizarro, Cristóbal de Molina, López de Gómara y Antonio de Herrera, Atahualpa fue quiteño. Para Cieza, Betanzos, Sarmiento de Gamboa, Cabello de Valboa, Bernabé Cobo y Santa Cruz Pachacuti, fue cuzqueño. No hay un argumento definitivo para inclinar la balanza para un lado o para el otro. Si bien Cieza dice haber efectuado “grandes diligencias” en el Cuzco para establecer el origen cuzqueño del Inca, y Betanzos es lo más cercano que conocemos a una fuente de primera mano en lo que se refiere a Atahualpa -estaba casado con Angelina Yupanqui, quien había sido esposa y hermana paterna del Inca-, no podemos descartar que sus crónicas se hayan prestado sin saber a agendas particulares –hoy indiscernibles- de ciertas panacas (linajes reales).

Ahora bien, para los incas lo que era importante no era el lugar de nacimiento sino la panaca a la que se pertenecía. Y aquí también las fuentes divergen. Casi todos los cronistas que indican el origen norteño de Atahualpa señalan asimismo que era hijo de una princesa de Quito –alguno que era una señora carangui, grupo étnico prehispánico que moraba cerca de esta ciudad-, sin entrar en detalles sobre la panaca a la que pudo haber pertenecido. Cieza, por su parte, señala que la madre del Inca era de linaje Hurin Cuzco o Quilaco. Sarmiento de Gamboa y Betanzos anotan que esta era del linaje Hatun Ayllu –también cuzqueño- del Inca Yupanqui, más conocido como Pachacútec.

Debemos desestimar la afirmación del Inca Garcilaso de que Atahualpa era hijo de una princesa de los scyris, señorío supuestamente localizado en el actual Ecuador, pero que jamás existió. Tal como ha señalado María Rostworowski en su “Análisis crítico de los Comentarios Reales”, el escritor mestizo pertenecía a la panaca Cápac Ayllu, del Inca Túpac Yupanqui, la misma de Huáscar, y pretendía apuntalar a toda costa el derecho de este Inca a la mascapaicha (borla real), apelando a nociones ajenas al mundo andino como la primogenitura y la bastardía, y trazando una división geográfica del imperio que nunca tuvo lugar.

La invención de este señorío de los scyris tomó vida propia y fue retomada por el historiador ecuatoriano Juan de Velasco, quien dio rienda suelta a su imaginación en su Historia de Quito, donde incluso le inventó a Atahualpa una madre llamada Paccha. Por supuesto, la noción de un Inca quiteño enfrentado victoriosamente a un Inca cuzqueño en un imperio dividido en dos territorios enemigos prendió en campo fértil y bien abonado: la corriente de intelectuales nacionalistas ecuatorianos que ha establecido la versión norteña de la historia, que utilizan para vengarse en el pasado de las heridas del presente, y en la que omiten las matanzas perpetradas por Atahualpa en contra de los cañaris, que apoyaban a Huáscar, y la destrucción casi completa de Tomebamba a manos de este Inca. Sea como fuere, no es gratuito que el estadio más importante del Ecuador se llame como él y este sea uno de los nombres más comunes de sus calles.

Naciera donde naciera y perteneciera a la panaca a la que perteneciera, lo cierto e importante es que Atahualpa estuvo en el Ecuador desde muy joven, acompañando al Inca Huayna Cápac en su campaña militar de pacificación y conquista de las tierras del norte, que ocurrió aproximadamente entre 1515 y 1526. Fue aquí donde tuvo oportunidad de confraternizar con la élite militar yanacona especializada en los afanes de la guerra, que luego pelearía para él en su guerra contra Huáscar. Curiosamente, los únicos testimonios sobre Atahualpa en la capital del imperio, ofrecidos por Sarmiento de Gamboa, no son muy halagadores para el futuro Inca. En su Historia de los Incas, el cronista y explorador español indica que mientras Atahualpa llevaba refuerzos a Huayna Cápac, que iba rumbo al norte, tuvo en esa región un resonante fracaso militar que hizo que su padre, indignado, le regalara prendas de mujer. Y en otra parte señala que, cuando Huayna Cápac lo puso a prueba en la guerra contra los pastos, Atahualpa huyó del campo de batalla.

Fue esta confraternidad de Atahualpa con los yanacona guerreros de Huayna Cápac la que decidió su destino. La rocambolesca sucesión de hechos en torno a la enfermedad y muerte del Inca, narrada por Sarmiento de Gamboa, culminó con la presentación a los oráculos de dos candidatos, Ninan Cuyuchi y Huáscar, ninguno de los cuales recibió buenos augurios. Pero como Huayna Cápac no tuvo vida suficiente para proponer otros dos y Ninan Cuyuchi había muerto, el Sumo Sacerdote Solar Cusi Túpac Yupanqui decidió viajar al Cuzco y ceñir la borla sagrada sobre la frente de Huáscar.

Es claro entonces que Atahualpa no estuvo en las miras de su padre para la sucesión. Quizá carecía de habilidades militares suficientes, como Sarmiento ha señalado. Aunque posiblemente Huayna Cápac tomara también en consideración el hecho de que a Atahualpa le faltaba una oreja. Esta característica física, que han señalado algunos cronistas que vieron al Inca con vida, no solo atentaba contra la simetría corporal a la que los incas aspiraban, sino que era de muy mal augurio. No olvidemos que el huarachico, conjunto de ritos y pruebas viriles que duraban una luna entera, y al cabo de las cuales el flamante inca pasaba a formar parte de los ejércitos del Inca, culminaba con la perforación de las orejas y la colocación de los pendientes de oro, de un carácter simbólico del peso que implicaba. Que Atahualpa fuera físicamente incapaz de llevar ese peso era altamente sospechoso.

Hay que señalar, sin embargo, que no haber sido designado por el Inca para la sucesión no tenía importancia decisiva en el Tahuantinsuyu. Cualquier hijo del Inca suficientemente arropado por su panaca podía probar suerte rebelándose contra el Inca designado, tal como lo habían hecho Pachacútec y, de algún modo, el mismo Huayna Cápac. El Inca nuevo debía confirmar su calidad divina y de “el mejor” aplastando conspiraciones o tejiendo alianzas con las otras panacas aspirantes a la borla real. No tiene sentido, pues, hablar de usurpadores aquí.

Lo que parece haber sido determinante para el alzamiento de Atahualpa es el hecho de que Huáscar, en su calidad de nuevo Inca, mostrara hostilidad hacia la nueva clase militar que se había formado y adquirido privilegios durante la estadía de Huayna Cápac en tierras del norte, de por lo menos doce años. Es claro que Atahualpa, que no había acompañado a la comitiva que llevó en andas el cadáver embalsamado de su padre al Cuzco, gozaba del apoyo de esta clase militar, que muy posiblemente veía en él a alguien que podría defender sus derechos y quizá poner en práctica el nuevo proyecto de Tahuantinsuyu, en que Tomebamba tendría un papel más importante que el Cuzco.

A esto se sumaba el comportamiento de Huáscar como Inca, que no era del agrado de algunas panacas del Cuzco. Varias crónicas han señalado que se mudó del barrio de Hanan Cuzco al de Hurin Cuzco, que ofendió a sus antiguos vecinos. Que se rodeó de una guardia de extranjeros cañaris en lugar de guerreros cuzqueños. Que bebía demasiado y, en estado de ebriedad, tomaba a las mujeres de sus generales. Que incluso ordenó la violación colectiva de unas acllas en medio de la plaza de Aucaypata. Pero, peor aún, que intentó modificar los cultos en las islas sagradas del lago Titicaca y expropiar las tierras y riquezas de las momias embalsamadas de los Incas que le habían precedido. Aunque, tal como señala Franklin Pease en Los Últimos Incas del Cuzco, no sabemos si estos testimonios constituyen información “histórica” o simplemente la necesidad de presentar negativamente a Huáscar, en la medida en que, al tratarse de un vencido, había que representarlo como perteneciente al caos, a lo negativo.

Nos ahorraremos aquí los pormenores de la campaña militar, que Atahualpa delegó en su mayor parte a sus generales Challco Chima, Quizquiz y Rumi Ñahui, y que resultó favorable para él.

En la siguiente entrada señalaremos diversas incidencias que ocurrieron mientras esta se desarrollaba, y en que este Inca tuvo una participación directa. Abordaremos algunas interrogantes no resueltas con relación a la captura de Atahualpa, su cautiverio y su muerte. Y haremos nuestro balance tratando de ser lo menos anacrónicos posible.


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett