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"Tu rostro mañana", o los dilemas morales del Estado

Publicado: 2011-11-17

Sobre la extraordinaria novela de espionaje del autor español Javier Marías.

Escrita a lo largo de ocho años, publicada en tres entregas entre 2002 y 2007 y finalmente reunida en un volumen de 1,325 páginas en 2009, Tu rostro mañana, de Javier Marías, es, sin duda alguna, la novela de espionaje más ambiciosa escrita en castellano.

No es, sin embargo, un producto típico de este género, usualmente asociado a la acción trepidante del inframundo de los agentes operativos, sus informantes y sus agentes de control; de los servicios secretos, sus conspiraciones nacionales e internacionales y eventuales despliegues creativos de tecnología de vanguardia. Después de todo, no hay en Tu rostro mañana una gran misión por realizar, nadie a quien liberar, matar o derrocar. O por lo menos, no es esto lo más importante.

El eje principal sobre el cual gira la novela es más bien el conjunto de actividades menos estridentes –y más perturbadoras- de un grupo creado en Inglaterra para realizar tareas de espionaje no convencional, cuyos selectos integrantes están dotados de la facultad de “interpretar” a las personas, es decir de anticipar, a partir de un único encuentro con ellas, en qué dirección actuarían de darse determinadas situaciones. De cernir a futuro su potencial de doblez o integridad, amor u odio, cobardía o valentía, fuerza o debilidad, traición o lealtad. De ver en su rostro de hoy su rostro mañana.

Esto no instala la novela en el género de la ciencia ficción. Al fin y al cabo, las agencias de espionaje no han dudado en el pasado en apelar a médiums, brujas, telépatas o personas de supuestos poderes extrasensoriales en sus esfuerzos por no escatimar arma alguna, por ridícula que pudiera parecer, en la guerra sin cuartel contra los enemigos de turno.

Si bien se nos insinúa que el grupo, que carece deliberadamente de nombre, opera al servicio del MI5 y del MI6, los equivalentes británicos del FBI y de la CIA, también trabaja realizando bien remuneradas tareas de espionaje industrial para corporaciones inglesas no especificadas, con la razón o el pretexto de que “los intereses de estas son los mismos de la nación”. (Por supuesto, esto también es verosímil en un mundo como el actual, en que el poder de los estados se subordina cada vez más al de las grandes compañías, y en que los primeros utilizan los recursos públicos en defensa de los intereses privados de los segundos. Si este problema parece lejano, recordemos solo dos palabras: Yanacocha y petroaudios).

Jacobo –o Jaime o Jake- Deza, el protagonista y narrador de la novela, es un antiguo profesor español de la Universidad de Oxford que está atravesando un periodo de convalecencia sentimental en Londres, donde realiza un trabajo radial para la BBC. Un viejo amigo, Sir Peter Wheeler, un hispanista jubilado que ha trabajado en su día para el MI6 –personaje extensiva y entrañablemente inspirado en el prominente estudioso Sir Peter Russell-, lo invita, después de confirmar su extraordinaria capacidad para “interpretar” a las personas, a formar parte del grupo, liderado por el indiscernible y enigmático Bertram Tupra. Deza, sin demasiada motivación para decir que sí pero tampoco para negarse, acepta.

El grupo tiene una actividad frenética. Una innumerable cantidad de políticos, intelectuales, artistas y personajes de la farándula desfila por sus lectores de DVD, que han registrado programas de televisión, entrevistas, intervenciones parlamentarias, discursos, ruedas de prensa, interrogatorios en prisiones, destinados o no al ojo público, editados o presentados en su integridad, y a partir de los cuales los miembros del grupo deben emitir un veredicto. ¿Se puede confiar en tal artista? ¿Cómo reaccionaría tal político en caso de intento de extorsión? ¿Es tal candidato a tal puesto tan íntegro como parece o claudicaría en una situación de crisis? ¿Es permeable a la intimidación aquel intelectual crítico del gobierno?

La información resultante es, por supuesto invalorable y las posibilidades de sacarle provecho –aunque no tenga, no pueda tener, garantía de verdad- son infinitas.

Algunas de sus actividades tienen un objetivo político claro. En un encuentro directo con un general venezolano que se halla de visita en Londres y que desea obtener apoyo –no oficial, por supuesto- del gobierno británico a un eventual intento de derrocamiento de Hugo Chávez, el grupo “interpreta” al visitante y llega a la conclusión de que, si llegara la oportunidad y no hubiera otra salida, este no se atrevería a matar al presidente, y así lo indican en su informe. No se nos dice quién es el destinatario, pero es lógico pensar que se trata de las altas esferas políticas y militares inglesas. (Luego el grupo confirmará su “lectura” del general venezolano en cuestión, al enterarse por televisión de la frustrada asonada golpista del 2002 en Venezuela, que no contó con el espaldarazo del gobierno británico).

Sin embargo, los beneficiarios directos de las actividades del grupo a veces no son tan obvios, y permanecen en el anonimato incluso para sus propios miembros (Deza incluido). Un caso emblemático de esto es la cita que Bertram Tupra tiene en una discoteca con Arturo Manoia, un siciliano vinculado oscuramente a la mafia, y de quien nunca llegamos a saber si es informante o cliente, o ambos. Manoia ha venido al encuentro con Flavia, su esposa, y Deza también ha sido invitado a la reunión, oficialmente para ayudar con la traducción, pero en realidad para entretener a la señora mientras Tupra y Manoia conversan, protegidos por el bullicio del ambiente.

En esta escena, que es la central de la novela, Deza saca a Flavia, a instancias de Tupra, a bailar. En un descanso entre baile y baile, reconoce en la discoteca a Rafael De la Garza, un conocido, español como él, de también conocida impertinencia. En un momento de distracción de Deza, el impertinente y Flavia han desaparecido. Deza los busca, sin éxito, y Tupra, irritado, decide tomar el asunto en sus propias manos. Tupra logra encontrarlos: están bailando eufóricamente en un lugar alejado de la pista de baile. Hay motivo de alarma: halagada por la flamante atención que recibe y metida completamente en la danza, Flavia no se da cuenta de los rasguños cada vez más ostensibles que la malla que el sujeto lleva en la cabeza está dejando en su rostro.

Tupra consigue convencerla de que vaya al baño de mujeres y se retoque, para que las heridas sean menos visibles. Y logra persuadir a De la Garza, gracias a la ayuda de Deza, de que lo espere en el baño de minusválidos. Una vez ahí, Tupra toma contra De la Garza una represalia brutal, contundente, pero quirúrgica, en la que el impertinente sale magullado, masacrado, pero con vida.

Deza, indignado por haber colaborado sin su consentimiento en una acción violenta, protesta: “No se puede ir por el mundo así, violentando y matando a la gente”. La respuesta de Tupra –la clave de la novela- es a su vez una pregunta: “¿Y por qué no?”

Tupra le demuestra por qué el castigo contra De la Garza constituía, dadas las circunstancias, el mal menor. Al final de una larga sesión de videos –en la que vemos a políticos, artistas, celebridades o personas comunes y corrientes cuya vida privada puede en algún momento ser útil, realizando comportamientos chantajeables (hum, esto a los peruanos creo que nos suena familiar ¿no?)- somos testigos de cómo Manoia ejecuta con sus propias manos y sin que estas le tiemblen, a un probable traidor o confidente. La deducción es obvia: dejar a De la Garza a merced de la venganza del implacable y cruel Manoia –quien no habría dejado la afrenta sin réplica- hubiera sido el mal mayor. La soberana paliza de Tupra a De la Garza era inevitable.

Un indignado Deza se resiste con todas las fuerzas de su conciencia a las repercusiones de esta lógica moral –la protagonista de Tu rostro mañana-, pero esta opera como un veneno que se le ha inoculado y que empieza a hacer efecto en su conducta. Cuando se entera de que su esposa Luisa, de quien Deza se halla separado, está saliendo con un tipo que la golpea –con o sin su consentimiento, no lo sabemos-, no duda en apelar al recurso recién aprendido del escarmiento violento e intimidatorio, del que hubiera sido antes incapaz.

Despreocúpese el lector si piensa que con lo que he revelado de la trama ya sabe demasiado y puede ahorrarse la lectura de la novela. El arte de Marías es el arte de la digresión, en su caso de fuertes reminiscencias proustianas, que consiste en dejarse llevar por las asociaciones y meandros que le va proponiendo el relato, pero con una clarísima hoja de ruta como referencia de a dónde debe regresar cuando desea recuperar el rumbo.

Con esta técnica el autor español se permite jugar con ideas-motivo –nadie quiere ver, nadie quiere enterarse de lo que ya sabe; nadie debería contar nunca nada; nadie debería pedir nunca nada, etc.- que rondan la novela como un sueño –o pesadilla- recurrente y le permiten al autor bucear en el alma de sus contemporáneos, de examinar sin filtros la pequeñez y la grandeza de nuestros procesos internos. Utilizando impunemente lo que el autor ha llamado el principal recurso de la novela: la “suspensión del tiempo real”.

Esto a veces exige del lector mucha paciencia, pues no siempre podemos ver el final del túnel en que nos hemos metido. Pero esta se ve bien retribuida, pues Marías solventa con oficio el riesgo innegable de dejar cabos sueltos o de guiarnos a un callejón sin salida, y cierra y anuda sólidamente –en ocasiones, con soluciones dramáticas memorables- todas sus historias.

Mención aparte merecen dos ancianos nonagenarios a quienes Deza frecuenta en busca de consejo, y que vienen a ser algo así como las conciencias morales no solo de Tu rostro mañana sino de nuestros tiempos contemporáneos. Los dos tienen autoridad para saber de qué están hablando. Peter Wheeler no solo ha participado en la rama de operaciones especiales clandestinas del servicio británico –entre ellas, la de acompañar a los duques de Windsor durante su estadía en Bélgica, con el encargo de matarlos si defeccionaban a Alemania-, sino que ha padecido sus consecuencias trágicas en carne propia, con el suicidio de su esposa.

El otro anciano es Juan Deza, inspirado en nada menos que en el filósofo español Julián Marías, padre del autor, que en tiempos de Franco sufrió con estoicismo y dignidad las consecuencias de haber pertenecido al bando republicano durante la guerra civil española. Y quien, por ello, al terminar el conflicto, fue denunciado por su mejor amigo y casi ejecutado. (Podemos ver un texto de homenaje de Javier Marías a su padre aquí).

La muerte casi simultánea de Peter Wheeler y Juan Deza, y quizá la constancia de su propia alma envenenada, deciden a Jacobo Deza abandonar el grupo sin nombre. La novela termina con el regreso del protagonista a Madrid, donde lo vemos intentando rehacer su vida y su relación con Luisa.

Si el género policial en sus mejores manifestaciones nos permite ver en el delito común y corriente un síntoma social, el género de la novela de espionaje es, en mano de escritores como John Le Carré, Graham Greene o Arthur Koestler, una herramienta incomparable para examinar los límites borrosos entre lo permisible y lo que no lo es en la lucha contra los enemigos del estado (un examen que a los peruanos no debería dejarnos indiferentes). Con Tu rostro mañana, que intenta responder hasta las últimas consecuencias la pregunta de Tupra, se puede incluir a Marías en tan selecta compañía.

(Este post está dedicado a Judi Iranyi y a los compañeros del Spanish Book Club de San Francisco, que, con sus opiniones, a veces diametralmente opuestas de las mías, contribuyen invariablemente a perfilar y/o esclarecer mi perspectiva sobre la literatura).


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett