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Ollanta: Dime cómo te llamas y te diré quién eres.

Publicado: 2011-10-20

Algunas sorprendentes coincidencias entre Ollanta, el personaje de la obra dramática quechua “Ollantay”, y Ollanta Humala, presidente del Perú

¿La realidad imita al arte? ¿O el presidente Ollanta Humala ha intentado emular de manera consciente o inconsciente al personaje de la literatura dramática colonial quechua en que don Isaac y doña Elena se inspiraron para darle nombre –Ollanta, del drama colonial Ollantay, del padre Antonio Valdez?

La pregunta no es tan descabellada, pues los paralelismos entre ambos son desconcertantes.

Casi al inicio de la obra de teatro, Ollanta, general del Antisuyo –personaje completamente ficticio: su existencia histórica o legendaria no ha sido mencionada en las crónicas ni los documentos-, le pide al Inca Pachacútec la mano de su hija Cusi Coyllur, cuyo corazón ha conquistado en secreto. A pesar de sus hazañas militares, que el guerrero enumera en su petición, Pachacútec no se la otorga. Ollanta no es un inca de sangre noble y, en consecuencia, no tiene derecho a pretender a la hija de una Coya, la esposa principal del Inca. “Ollanta, tú eres un runa (hombre en edad productiva sin sangre noble) y permanece donde estás”, le dice el Inca. “Considera quién eres, quieres subir demasiado alto”.

Ollanta Humala, con el aura obtenida por reales o supuestas hazañas militares en el ámbito de la contrainsurgencia y su insubordinación militar contra el gobierno de Fujimori, sedujo a Cosi Ayllur, es decir a una gran parte de la población, que le dio la victoria en primera vuelta de las elecciones del año 2006. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por convencer a Pachacútec –el resto del país, las instituciones, el Estado en general-, no lo logró, y perdió en la segunda vuelta. El Inca no le concedió la mano de su hija. Hay varias razones para la derrota del Humala de entonces –entre ellas, el tufillo antidemocrático y autoritario de sus propuestas, su parentela impresentable, así como su asociación supuesta con Hugo Chávez, que los medios insistieron en machacar-, pero es obvio que entre ellas se halló también una fuerte dosis de racismo y clasismo –su falta de “pureza de sangre”-, bastante extendidos en algunos sectores de la población.

Frustrado por la negativa del Inca a autorizar su matrimonio con Cusi Coyllur, Ollanta se rebela contra el Inca Pachacútec. Sin embargo, cuando arenga a sus seguidores para encender en ellos la mecha de la rebelión, no menciona en absoluto su amor a Cusi Coyllur y alude más bien a los abusos que padecían los habitantes del Antisuyo por parte del Inca, y acerca de los cuales él dice haberle reclamado al soberano (aunque no los ha mencionado en absoluto en el extenso diálogo con Pachacútec que acaba de tener solo unas cuantas escenas antes). No es claro si simplemente les miente, si el despecho por la negativa del Inca le hizo consciente de la desigualdad entre incas y antisuyos, desencadenando en él un hasta entonces contenido impulso justiciero, o si se está engañando a sí mismo sobre sus propias motivaciones.

El discurso del Ollanta Humala de las elecciones de 2006 estaba impregnado, como las palabras del personaje de ficción, de la palabra “justicia”, así como de una fuerte reivindicación de demandas sociales de sectores sociales marginados (los antisuyos de la obra teatral), que se ha reciclado en lo que ahora llamamos “inclusión social”. Pero era muy difícil cernir las verdaderas motivaciones del candidato en ese entonces y el tipo de gobierno al que aspiraba. Por un lado tenía arrebatos autoritarios y un estilo tendiente a la confrontación. Por el otro, era el único que se comprometía a aceptar sin reservas las conclusiones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, algo que ni siquiera el candidato Paniagua hacía. Además, era difícil saber si este interés en el respeto por los derechos humanos era sincero o era el fruto de una evolución personal, de un deseo legítimo de corregir actitudes y conductas del pasado, o más bien de borrar mejor los rastros de estas. Aún hoy existen innegables puntos oscuros en el comportamiento del comandante Humala durante la lucha contrainsurgente en Madre Mía, así como la perturbadora compra de los testigos de su actuación en ese entonces, y no hablemos del pseudo-apoyo que brindó al levantamiento de su hermano Antauro contra el gobierno de Toledo. Tanto las motivaciones y la conducta del ahora presidente han sido, como las del personaje de ficción, bastante ambiguas y/o contradictorias a lo largo del tiempo.

Regresamos a Ollantay. La rebelión de Ollanta contra el Inca Pachacútec tiene un enorme éxito. Los hombres del Antisuyo lo acogen y apoyan sus reivindicaciones. Incluso se hace colocar la borla real sobre la frente, que lo consagra como nuevo Inca. El general Rumi Ñahui –cuyo nombre, a diferencia del de Ollanta, sí evoca a un personaje histórico, pero que vivió entre cincuenta y setenta años después de cuando supuestamente ocurren los hechos de la obra- recibe el encargo del Inca Pachacútec de aplastar el alzamiento, pero cae en una emboscada de los generales de Ollanta y es abrumadoramente derrotado, aunque sobrevive y logra regresar al Cuzco. A pesar de su victoria, sin embargo, Ollanta no cuenta con el apoyo suficiente para dirigirse a la capital del imperio, sitiarse en la fortaleza de Sacsahuamán, tal como ha amenazado, y luchar con Pachacútec por el poder absoluto. Se queda en Ollantaytambo, donde se ha instalado desde el inicio de su acción rebelde, y el Inca Pachacútec sigue gobernando la llacta sagrada y el Tahuantinsuyo.

Ollanta Humala perdió las elecciones, pero su partido obtuvo una gran cantidad de representantes en el Congreso durante las elecciones del 2006. Esto no le sirvió de mucho para obtener un poder real –de poco le sirvió el apoyo de los antisuyos y su victoria contra las tropas de Pachacútec para convertirse en Inca. El ahora presidente estuvo en una especie de limbo político –se quedó en Ollantaytambo- durante todo el periodo de Alan García, y pocos pensaban que pudiera retornar exitosamente a la arena política, que fuera un candidato aún viable. Esto recién empezó a ocurrir a inicios del 2011, a solo unos cuantos meses de la elección.

Lo mismo ocurrió con el Ollanta de Ollantay, cuya suerte cambia con la muerte de Pachacútec y la llegada al poder de su hijo el Inca Túpac Yupanqui. El nuevo Inca le encarga al general Rumi Ñahui que vaya a Ollantaytambo y capture al general rebelde. Para lograr su objetivo, Rumi Ñahui finge que se ha enemistado de Túpac Yupanqui y este lo ha expulsado del Cuzco, y solicita refugio en la fortaleza para él y sus tropas. Ollanta, entusiasmado por el posible apoyo del brazo derecho del Inca a sus aspiraciones regias, se la concede y Rumi Ñahui logra atraparlo, en una acción que nos recuerda a la del caballo de Troya en la Odisea, y lo conduce hasta el Cuzco, a la presencia del Inca.

Cuando todos estamos esperando la represalia inmisericorde de Túpac Yupanqui contra el insurgente, y la conversión de este en un personaje trágico, el Inca opta más bien por perdonar a Ollanta (quien se arrepiente de sus acciones pasadas).  Pero no solo eso. En actitud desconcertante, Túpac Yupanqui lo nombra principal lugarteniente de sus ejércitos en el Cuzco y lo convierte en una especie de Inca raptin, es decir, supremo gobernante durante la ausencia del Inca, pues este se está preparando para hacer un viaje al Collasuyo. Además, el Inca le permite casarse finalmente con Cusi Coyllur, su hermana, quien ha permanecido encerrada en el Acllahuasi durante todo ese tiempo, y reunirse con la hija de ambos, la pequeña Ima Súmac. Final feliz.

Sabemos cómo continuó la historia de Ollanta Humala. A pesar de una campaña feroz en su contra, el pueblo peruano le dio una segunda oportunidad y se convirtió en presidente –ya no contaba solo con el corazón fiel de Cusi Coyllur, esta vez también el Inca le dio su venia. El pueblo ha investido a Humala presidente, del mismo modo en que el Inca Túpac Yupanqui le dio al guerrero una segunda oportunidad y lo nombró general de todos sus ejércitos y gobernante del Cuzco durante su ausencia. Ollanta ha podido finalmente casarse con Cusi Coyllur.

¿Qué pasaría en un futuro eventual de la obra dramática? ¿Ollanta traicionaría la confianza del Inca Túpac Yupanqui y se haría nombrar Inca en ausencia del soberano? ¿Provocaría agresiones innecesarias contra los enemigos del Cuzco y destruiría el imperio? ¿O sería fiel a la palabra dada a Túpac Yupanqui, respetaría la investidura otorgada por el Inca y se limitaría a cuidar eficazmente del Cuzco?

Es un ejercicio extraño conjeturar el futuro de un personaje de ficción, pues por definición carece de él. Su presente se cierra con las páginas del libro, cuando aparecen los créditos finales de la película o cuando baja el telón.

Sin embargo, nos queda bastante claro que, tal como ya lo han señalado algunos críticos, el verdadero protagonista de Ollantay no es Ollanta sino el Inca Túpac Yupanqui. El rebelde no es más que un mero vehículo del lucimiento de su justicia y su magnanimidad (no en balde el verdadero nombre de la obra es “El rigor de un padre y la generosidad de un rey”). La obra quechua no aspira sino a ser una celebración del orden establecido, encarnado por el Incario, y una ridiculización de la rebeldía contra él.

Algo similar podríamos decir de la historia del advenimiento, con todos sus activos y pasivos, de Ollanta Humala a la presidencia, cuyo verdadero protagonista no es él sino la democracia y el Estado de derecho: a pesar de la maquinaria mediática en su contra, que aspiraba a entronizar a un oponente indigno, el candidato Humala fue elegido presidente. La democracia electoral, auxiliada entre otros por plataformas como lamula.pe, siguió funcionando.

¿Traicionará la confianza del país y sus propias promesas de inclusión social? ¿No cumplirá con su palabra e intentará reelegirse? ¿Irá en contra de lo que ha manifestado y provocará tensiones innecesarias con los países vecinos? ¿Cumplirá con sus promesas de segar la corrupción? ¿Tenemos algo más de democracia política al final de su mandato?

En la realidad, a diferencia de la ficción, el futuro sí existe, y lo estamos viviendo –lo estamos forjando- en el momento en que lees estas líneas.


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett