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Thor Heyerdahl tenía razón (por lo menos en parte)

Publicado: 2011-11-03

Sobre la teoría del origen peruano del poblamiento de la Polinesia. Y de pasito, del viaje de Túpac Yupanqui con 20,000 balsas a las islas del poniente.

Corría el año 1946 y Thor estaba desesperado. Lo había hecho absolutamente todo para que su teoría fuera tomada en serio. Pero su provocador estudio sobre el origen de la raza y cultura polinesias se había estrellado contra la indiferencia e incluso la hostilidad de sus colegas en el mundo académico. Después de todo ¿a quién en su sano juicio se le podía ocurrir que los primeros habitantes de la Polinesia eran antiguos peruanos, que habían llegado hasta ahí en balsa?

Quizá no le hacían caso o se reían de él porque no correspondía al prototipo del estudioso encerrado en su biblioteca. Desde su infancia en Larvik, Noruega, Thor, cuyo nombre evocaba al dios vikingo del Trueno, amaba la naturaleza y la vida al aire libre, y solo aceptaba encerrarse entre cuatro paredes para devorar los libros sobre animales y plantas que su madre, la directora del museo local, le suministraba. Cuando estaba en primaria, había convertido una habitación de su casa en museo permanente, que él dirigía. A los 23 años, después de haberse graduado en zoología y geografía por la Universidad de Oslo, había viajado a una de las islas más apartadas de Tahití, donde permaneció por más de un año bajo la tutela del Gran Jefe Teriieroo, aprendiendo el estilo de vida y las costumbres polinesias.

Fue ahí donde, uno de aquellos tantos días en que luchaba contra los vientos y las corrientes del este para llegar en canoa a los bancos de peces en que solía pescar con sus amigos, empezó a dudar de la teoría comúnmente aceptada de que los pobladores iniciales de la Polinesia provenían del Pacífico sur de Asia. Los primeros habitantes de las islas, como su flora y su fauna, que conocía al dedillo, solo podían haber llegado del este, desde las costas de América.

Dedicó los años siguientes a pulir sus ideas, que se volvieron más precisas. La Polinesia había sido poblada, según él, en dos olas de migraciones sucesivas, la primera de las cuales provenía del Perú y la Isla de Pascua, y la segunda de Columbia Británica, de donde había llegado a Hawaii. Obviamente, los viajeros de ambas olas migratorias solo podían haberse desplazado a su destino en balsa. Publicó los resultados de sus investigaciones en 1941, a la edad de 27 años.

Noruega había sido invadida por los nazis en 1940 y Thor se vio obligado a regresar a servir en el ejército de su país hasta que el conflicto terminó. Cuando retomó sus investigaciones, constató con estupor que estas se topaban con un escepticismo cada vez mayor por parte de sus colegas, que hacían oídos sordos a sus argumentos. Poco a poco la angustia empezó a carcomer la vigilia cada vez más larga de sus noches. Tenía que haber alguna manera -dramática, visible, absolutamente irrefutable- de demostrarles a sus detractores que su teoría era por lo menos viable.

La idea de construir una balsa al modo al modo de los antiguos peruanos y viajar en ella desde las costas del Perú hasta las islas de la Polinesia pareció completamente natural. Ninguno de los cinco amigos a quienes les propuso acompañarlo, cada uno de ellos con conocimientos y habilidades vinculados a la navegación, se negó.

Después de obtener –con arduo esfuerzo- la ayuda necesaria para el viaje, Thor y sus compañeros se trasladaron a Sudamérica. En las selvas del Ecuador consiguieron la ligerísima madera balsa que hacían a los barcos construidos con ella prácticamente imposibles de volcar. En el puerto del Callao construyeron la embarcación, diseñada a partir de los dibujos y las informaciones dejados por los conquistadores y utilizando exclusivamente materiales al alcance de los antiguos peruanos y ecuatorianos (no utilizaron, por ejemplo, ni un solo clavo). Thor la llamó Kon-Tiki en honor al dios prehispánico de las costas del Perú Con Ticci Viracocha, supuestamente barbudo, como los tripulantes de su expedición.

Después de recibir la visita de las autoridades peruanas y de las celebridades nacionales e internacionales de la época, atraídas por la morbosa y apenas disimulada certeza de que era la última vez que los veían con vida, los viajeros partieron del Callao en 1947, en medio de una gran cobertura mediática. Fueron remolcados mar adentro y ahí comenzó su periplo, que duraría 101 días y abarcaría más de 8,000 kilómetros antes de que el Kon-Tiki recalara en unos arrecifes de coral del atolón de Raroia, en el archipiélago de Tuamotu, en la Polinesia.

Durante el viaje, Thor y sus compañeros –acompañados por una lorita peruana que se llevaron consigo- se pasaron la mayor parte del tiempo haciendo turnos en la orza que mantenía el rumbo de navegación o para dormir, reparando velas, mástil y amarras sin cesar, tomando fotos, filmando la experiencia o simplemente tomando notas, resistiendo como podían a las inclemencias del tiempo. Recurrían, para calmar su sed, a los bolsones de líquido que ciertos peces tienen al lado de las agallas, al agua de la lluvia, a la que habían traído almacenada en cáñamos sellados, y a la extraña combinación de agua dulce y salada por partes iguales, que, sorprendentemente, no tenían efectos nocivos. Para comer, elegían cada mañana entre la miríada de peces voladores que habían saltado a cubierta durante la noche anterior y los cocinaban en un hogar pequeño, cuyo fuego vigilaban como a un enemigo mortal. Si se ponían exquisitos, cazaban, a veces con riesgo de sus vidas, alguno de los peces enormes que invariablemente los rondaban atraídos por la curiosidad o el deseo de variar su dieta, mientras que algunos de los tripulantes se alimentaban exclusivamente de las raciones proporcionadas por el ejército norteamericano.

Por supuesto, estuvieron en varias ocasiones a punto de morir devorados por los tiburones, destrozados por las rocas de los arrecifes o simplemente dejados atrás por la embarcación, que seguía invariablemente su curso a razón de 80 kilómetros por día. Pero nada los amilanaba (en todo caso, ya era demasiado tarde para arrepentirse).

Los avatares de toda la empresa, que capturó la imaginación mundial, fueron narrados en detalle por Thor en el libro La expedición de Kon Tiki, que fue un éxito de ventas por varios años seguidos, y en la película Kon-Tiki, dirigida por él, que ganó el Oscar de la Academia al mejor documental en 1951.

http://www.youtube.com/watch?v=gGooopCTmpg

La comunidad científica permanecía, sin embargo, incrédula. Y no cambió de opinión cuando Thor realizó en 1952 su siguiente expedición a las islas Galápagos, a más de 1,000 kilómetros de las costas ecuatorianas, y halló una quena incaica, más de 130 fragmentos de cerámica preincaica y una guara, un antiguo instrumento de navegación utilizados por los antiguos peruanos y ecuatorianos que demostraba que tenían los medios de viajar a grandes distancias por el Pacífico.

Tampoco lo hizo cuando Thor emprendió viaje a la Isla de Pascua en 1955 y 1956. Entre otros hallazgos, descubrió las sorprendentes similitudes entre la arquitectura del templo Ahu Vinapú, en el centro de la isla, y la arquitectura imperial de sitios incaicos como Machu Picchu, Sacsahuamán y Ollantaytambo, que compartían la obsesión, única en el mundo, por el corte y el empalme perfectos en sus construcciones de piedra.

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(A la izquierda, muro inca en una pared del Cuzco. A la derecha, la construcción de Ahu Vinapú, en la isla de Pascua).

A pesar de todo, la teoría del poblamiento original de la Polinesia por parte de los antiguos peruanos seguía sin ser admitida por los científicos. Y Thor se dedicó por unos años a andar por otros fueros: dedicó dos expediciones, la segunda de ellas exitosa, a viajar por el Atlántico en embarcaciones de papiro, en las cuales logró recorrer más de 6,100 kilómetros, con el fin de demostrar que la ciencia subestimaba las tecnologías de navegación aborígenes. Con fines análogos, organizó las expediciones al río Tigris (1977) y a las islas Maldivas (1982, 1983 y 1984).

En los años noventa volvió a sus fueros iniciales, esta vez con el libro La navegación marítima en el antiguo Perú, en el que discurría sobre las técnicas de navegación de las culturas prehispánicas de la zona de Túcume y el valle de Lambayeque.

Sin embargo, el plato fuerte era el análisis destinado a identificar las famosas islas del poniente de Ninachumbi y Hahuachumbi, a las cuales, según las crónicas de Pedro Sarmiento de Gamboa, Martín de Murúa y Miguel Cabello de Valboa, el Inca Túpac Yupanqui habría llegado con una cuadrilla de veinte mil embarcaciones durante sus tiempos iniciales de Único Inca, y de las cuales había traído hombres de piel negra y una silla de latón.

Después de sopesar cuidadosamente las dos posibilidades más probables –las islas Galápagos y la isla de Mangareva, en la Polinesia-, Thor se inclinó por esta última, basado no solo en evidencia arqueológica -el monumento Ahu Vinapú de la isla de Pascua, que corresponde al estilo imperial del Cuzco en el siglo XV- sino también antropológica: la leyenda del rey Tupa, un monarca de color rojo supuestamente procedente de un país en el que nacía el Sol, quien había visitado la isla con una armadilla de balsas; la danza del rey Tupa, que conmemoraba su desembarco en la isla; y la leyenda de la princesa Uho, que hablaba de una gran mancha de tortugas –las balsas- y del Hijo del Sol, que venía en ellas.

El historiador José Antonio Del Busto analizó y matizó los argumentos del explorador, pero les dio su espaldarazo en su libro Túpac Yupanqui, descubridor de Oceanía, publicado el año 2000.

En el año 2002, Thor murió. Dos años después, unos estudios genéticos parecían desestimar de manera definitiva su hipótesis sobre el origen del poblamiento de la Polinesia, pues mostraban que la composición genética de los lugareños correspondía a individuos del Pacífico Sur de Asia, a una región aledaña a la contemporánea Taiwan.

Hasta que en junio de 2011, a casi diez años de su muerte, la comunidad científica le ha dado finalmente la razón, por lo menos en parte. Si bien la teoría de que la Polinesia fue colonizada vía Asia hace más o menos 5,500 años ha sido confirmada por la arqueología, la lingüística y la genética, el profesor Erik Thorsby, de la Universidad de Oslo, ha hallado evidencia clara de que, entre los genes de los isleños, unos cuantos tienen genes procedentes de poblaciones indígenas americanas, muy posiblemente peruanas.

El profesor Thorsby halló que, en algunos casos, los genes polinesios y americanos estaban fusionados como resultado de un proceso llamado “recombinación”, que requiere de muchísimo tiempo para realizarse. Esto quiere decir que unos pobladores americanos, muy posiblemente peruanos, llegaron a Polinesia en tiempos muy cercanos a la migración inicial, aunque el profesor no puede establecer una fecha precisa de cuándo ocurrió. No constituyeron los pobladores originales, pero estuvieron muy cerca. Muy probablemente, afirma Thorsby, el viaje fue similar al que Thor hiciera con su Kon-Tiki, del Perú hasta la Polinesia.

Thor debe estar bailando de alegría en su cielo vikingo.


Escrito por

Rafael Dumett

Dramaturgo y escritor peruano.


Publicado en

Espía inca

Un blog de Rafael Dumett